lunes, 5 de septiembre de 2016

El ermitaño y el Ojigaronte


Durante la edad media guerras tales como las de los persas y los griegos diezmaron a cientos de familias y buenos hombres obligando a gran parte de los habitantes a abandonar sus casas tras las amenazas de rios de sangre y de nobles pero severos mandatos que dictaban la urgencia de entregarse a las armas para defender sus tierras. En el orden diario los sicarios amontonaban los cuerpos desmembrados a lo largo de la calle, arengándo a los citadinos a colaborar con esta bien organizada carnicería.
A aquellos jóvenes que no tenían edad para elegir se los extraía de sus familias para convertirlos en centinelas y guerreros. A los ancianos y mujeres se los torturaba y humillaba publicamente. Estos eran tratados como los desertores que se negaban a luchar por la libertad. 
Las muertes eran tales que las ciudades hedían bajo el vaho de las chozas en llamas. Los hombres se jactaban de ser los nuevos dioses, con sus armamentos y sus cuerpos metálicos. Abusaban de todas las jóvenes mujeres hasta que estas adquirían la típica podredumbre en sus órganos agusanados. Sus cadáveres olína a vino y a carne podrida al ser abandonados, ni todo el incienso de la iglesia lograba ocultar ese hedor.

Un ermitaño logró fugarse de la guerra introduciendose por túneles de piedra, atravezando los escombros de una montaña. En la que se refugió en soledad, bajo la protección de estalagmitas de sal y orificios enormes de oscuro barro. Estaba cubierto por una piel de leopardo que lograba taparle la cintura. El resto de él era solo un cuerpo mohoso y herido, con los ojos ennegrecidos por el carbón y las encías podridas. Se alimentaba de la cristalina agua que provenía de algun lado y comía criaturas escamosas que encontraba en el pasaje subterraneo. Solo él y un pequeño fuego que iluminaba el pedregoso claustro en ele que vivía.

Mientras la guerra se abría paso sobre su cabeza, el ermitaño se frotaba la piel con plantas para sanar sus heridas y ampollas mientras hablaba para sus adentros.
"El fuego es una promesa, comprender su verdadera energía es como adquirir el deseo del buho, cuyo acto de vuelo es la clave de la inmortalidad."

Las voces eran como cortes de espada en sus oídos. El eco de la caverna y el goteo hermético de la sabia en los charcos de mugre producían palabras con una claridad espantosa. Sometido al descenso de su propio espíritu, enmudeciendo los gritos ante las declaradas decapitaciones. El ermitaño comenzó a escribir todo lo que percibía.
"Este es el infierno del hombre, porque no tiene nada y aún busca el verdadero conocimiento."

Durante los años que siguieron comenzaron a formarse grietas cada vez más grandes en las paredes húmedas de aquel túnel en el que el ermitaño vivía. El verde que solía unir los bordes metálicos de las piedras se fueron pudriendo con la misma sangre que descendía de la montaña. Las estalactitas se quebraron dejando lugar a mas criaturas rastreras y alimañas de todos colores.
"Los soldados te encontrarán tarde o temprano, débil profeta de las profundidades. Les debes tu sangre y tus inutiles huesos."

Una de las paredes de aquel hogar-tumba estaba formado por piedras azules, parecían diamantes. En ellas el ermitaño se golpeaba los puños hasta lastimarse para poder callar aquella voz que lo atemorizaba.
"Detrás de esa pared. que aparenta ser un oasis inaudito, se encuentra tu ejército, joven ermitaño"
La voz era cada vez más familiar, retumbaba por los tuneles como un poderoso terremoto.
El ermitaño buscó el origen de esa voz que lo atormentaba. Tarde y sin miedo halló al autor de sus pesadillas. Estancado o mas bien atrapado en el techo de piedra por el que no se filtraba luz alguna, se encontraban los ojos de este demonio, parecidos a los de un kraken, grandes y estallados de sangre. El rostro de leon y unos cuernos de centauro le observaba con su blanca sonrisa que iluminaba lo más lugubre del recinto.

"Así que eres tu el demonio que me ha estado espiando todo este tiempo. ¿qué buscas en mi escondite? ¿Por qué me perturbas criatura inmunda y salvaje del infierno?"

"No soy un demonio, soy un ser de gran sabiduría. Me han castigado los hombres al no comprender mi naturaleza, como lo hacen con todos. Me han enterrado aquí la cabeza hasta que decidan que hacer con l resto de mi cuerpo. Yo espero la muerte. Pero jamás imaginé que encontraría aqui a un pobre cobarde que se refugia cual despreciable gusano"

"Tu lengua seguro es la que te ha condenado, monstruo. Pero ahora que sé que estas inhabilitado puedo decirte que es mejor que te mantengas en silencio o conseguiré piedras afiladas más grandes que tu hocico para terminar con tu agonía."

"Mi débil e insignificante ermitaño. Yo no estoy aquí para perturba tus sueños. Yo puedo guiarte en ellos. Este mundo ya no nos necesita. A ti por ser un hombre que no ama y a mi por no saber inspirar amor."

"Si no eres demonio ¿qué eres criatura?"

"Soy un Ojigaronte, quizá el último en este lado de las tierras. Puedo ayudarte a alcanzar lo que vienes buscando hace años, mortal temeroso. La verdad que se nos oculta."

La criatura de rostro de oso, jirafa, gato y rinocenronte parecía amenazante cuando abría su gran boca dentada. Pero el ermitaño consideró que estaba totalmente inmovilizada y que sus palabras no carecían de razonamiento. Es así que, bajo ese rostro gigante, aquel hombre desesperado por alcanzar su libertad comenzó a escuchar cada una de las palabras que le dictaba el espantoso ojigaronte. 
Anotó todos sus consejos y en cuestión de semanas se volvió su fiel apóstol.

"todas las mujeres deberían ser purificadas. Sus cuerpos se corrompen cuando se quedan preñadas. El varón tiene la tarea de extraer el feto de sus cuerpo y devorarlo. Este es el mayor signo de amor posible, porque nadie es dueño de sus naturaleza y todo aquello que produce un cuerpo debe ser menospreciado. El hombre debe entrar en guerra, primero con su padre y luego con el mundo entero. De otra manera será esclavo de su deseo y buscará siempre una madre y nunca se destetará. Recuerda que tus sueños no valen nada, que tu carne es basura, tu sangre solo fluído que puede transformarse en veneno. Tus huesos solos servirán para desmembrar lo que esta vivo. Tus dientes muerden más de lo que tu organismo es capaz de recibir. Mierda es todo lo que le debes a tu organismo. Muerde como salvaje, muerde como criatura libre."
Tales consejos se convirtieron en el credo del ermitaño, quien ahora escribía todas las palabras de ojigaronte como si se trataran enseñanzas inspiradas por un dios.

Los pasos serenos y los aullidos de las hienas retumbaban en los pasillos polvorientos como presagio de una nueva batalla. Los hombres perdíansus vidas y los espejos inundaban los jardines de sustancias ácidas. El ermitaño andaba escuálido, con las extremidades hechas tétricas manivelas y su pequeño pene sucio arrastrándose por los agujeros de aquel inframundo.
"Quiero terminar con mi vivda. Oh, extraordinario Ojigaronte. Debo morir para alcanzar la única libertad que tanto anhelo."

"Yo estoy al borde de la muerte. No gano nada proporcionandote información. Pronto los centinelas destruirán lo que queda de mi cuerpo para derselo de comer a sus tigres. No te desesperes porque la verdadera sabiduría aún no las has alcanzado. Fijate en esa pared de piedras azules, esa cuyo fulgor tanto recuerda a un oasis."

"No tengo fuerzas para derrumbar aquella pared ¿qué gran verdad se oculta detrás de ella?"

"Mi terrible y mortal ermitaño. Detrás de aquel muro se halla la gran verdad. Aquel al que tus lagartos- hombres llaman dios o rey de la naturaleza. Toma aquella viga y rompe los diamantes hasta formar un orificio. Eso es todolo que se necesita para tener acceso a sus sabias palabras."

"¿Es este el dios que traerá paz  nuestros cuerpos deshechos, el que alimentará a nuestros moribundo hijos de la tierra? ¿el que dara sentido a cada una de nuestras llagas? Dime oh, gran Ojigaronte, detrás de ese muro azul ¿se encuentra el dios que me trajo a este mundo solo para padecer y fracasar en todas mis ilusiones y amoríos?

"Abre el la brecha, perfora el muro ermitaño, antes que sea muy tarde."

Tras los esfuerzos desesperados y las constantes fallas el ermitaño logró abrir una grieta en aquel muro, por donde introdujo la viga no sin antes reunir una gran cantidad de piedras para defenderse. Sangró por sus manos y se abrió paso por el muro hasta alcanzar el otro lado, en el que una polvareda inundó todo el lugar seguido de un suspiro sepulcral.

Del otro lado una luz se filtró descubriendo una mar de esporas y polvo amarillento. Las formas del colosal rostro color arcilla podían percibirse claramente a traves de las sombras. se conformaba un gesto vetusto y serio como el de un buda. La gran cabeza parecía respirar y estar completamente viva. En su frente y su total cráneo se erizaban grandes ramas y retorcidas raíces. POr debajo de su mentón estaba cubierto de tierra. Parecía que su cuerpo había sido enterrado. Solo se veían los brillos de unos ojos azules y unos pómulos redondos.

La viga que separaba el sitio del ermitaño del oculto recinto en donde se hallaba la gran cabeza permitía crear un puente de comunicación. El ojigaronte colgado del techo comenzaba a ababear un líquido negro similar a la sangre humana cuando el ermitaño se atrevió a proferir las palabras.
"Oh, gran dios que todo lo conoces. Siempre eh dudado de tu existencia y es ahora que busco un refugio ante la locura de este mindo desolado, hambriento y adolorido. Ayudame a mantenr mi espíritu, a alcanzar la verdad que todo hombre precisa para ser libre. No me dejes a merced de los salvajes, yo que soy tu siervo, quien ya nada posee más que la esperanza de oír tus sabias y perfectas palabras."

Y la gran cabeza contestó a través de aquel puente de hierro:
"Sé de las desgracias del hombre. De la sangre derramada sobre mi tierra. De la intolerancia y la ignorancia de la especie. Conozco tus reyes y tus debilidade. Me he alimentado durante siglos de sus desechos, de la materia fecal que el hombre no necesita. Ese es mi único alimento, y eso es lo único que me hace un dios.
Las raíces de mi cabeza han recibido el rumor de las lluvias, la noción de sus perfumadas flores, la ira en forma de fuego. Todas sus maldades y las he bebido y me han fortalecido. Pero es hora de las flores, de la torre sin cimiento y de la fruta dulce.
Las guerras hacen mal a mi tierra. Yo soy la venganza y todo lo que yo tomo puedodescartarlo. El mundo entonces se llenará de la mierda que tanto me han dado como alimento."

Habiendo dicho esto un temblor llenó de piedras enormes los tuneles y caminos subterraneos. Los silenciosos pasillos se cubrieorin de tierra y de extensas raíces negras. Solo quedó el ermitaño en un costado, flagelado por la caída de las piedras y sobre él la enorme figura del ojigaronte, que en sus ultimos suspiros comentó al hombre herido.

"Las flores han de inundar los campos. Los colores cunrirán los cementerios y las mujeres abiertas a esta belleza terrenal volverán a los brazos de sus soldados. Estos han abandonado sus armas para hacerles el amor a sus mujeres. La muerte ahora es una danza romántica y no un deporte poético. 
Las guerras dejarán de destruír tu mundo momentaneamente, habitante del submundo. Pero he aquí su castigo. Esot guerreros, que buscaron poseer el mundo y todo lo que habita en él, estarán condenados a buscar la verdad y jamás encontrarla. Dejarán la espada y se volverán filósofos."

"Este es nuestro fin. Y no podría estar más agradecido contigo hermoso Ojigaronte. me has abierto los ojos y en mi mierte puedo decir que conozco la verdad de un dios subterraneo"

Pero el ojigaronte lo miró amargamente, mientras escupía su último rastro de saliva negra sobre su mortal cabeza dijo:
"No mi querido ermitaño. Tu también recibes tu castigo. Por no enfrentarte a la vida, por huír cobardemente del mundo que te necesitaba. Por refugiarte en las sombras hasta tu total descomposición. Tu castigo es nunca saber si has alcanzado realmente la verdad que hace libre o si solo has estado vivieondo tus últimos dias de hambre y sed imaginandolo todo. Víctima de tu demencia. Tu castigo es jamás alcanzar la verdad y por siempre morir con la duda"

La guerra fue la unión entre hombres de gran caracter y el fin de sres tiránicos que buscaban destruír lo natural. Los rios de sangre fueron aclarandose y las bestias solo fueron recordadas en leyendas. Los héroes fueron muriendo dejando hijos que se volvieron poetas.
Al terminar la guerra se buscaron a los desertores. Una cuadrilla reunió a varios jóvenes condenados por traición y se los castigo con la castración. El método fue tétrico pero muy efectivo. Obligaban a los traidores a sentarse sobre una piedra negra, colocando sus testículos en una mandibula de dientes afilados. Un sistema de poleas cerraba el cráneo con tanta violencia que eran inmediatamente extraídos sus órganos masculinos. Los dientes ensangrentados de aquella cabeza aún parecían rezar con cada caída y extracción de virilidad un eterno agradecimiento. Finalmente el ermitaño había alcanzado la inmortalidad que merecía.