jueves, 23 de abril de 2015

Se durmió mi mulato


Es una pena que se haya dormido mi mulato tan temprano, a la hora de desempolvar los abrigos y tomar un café irlandés en el bar junto al muelle. O de atrapar con mayor lucidez algún tema arbitrario y desmigajarlo como si fuera una exquisitez del lenguaje. O de encerrarse en una habitación desordenada y combatir la misera parca-ocaso con unas lamidas y unos empujones de caderas y brazos. O de quemar brujas y esbozar la sonrisa divina en los labios, sin temor al escudriño moral ni al deseo sedicioso. Eso es algo bastante, el deseo sedicioso.

Yo planeé muchas veces abandonar este sitio, como se planea perseguir un sueño infantil. Aquí me siento más encorvado, demás cómodo. Preferiría el peligro, el enfrentamiento con la desgracia del hombre común, sin el cigarro y la copa o la cama que envejecen hasta a un muchacho decente. El muchacho decente que preferiría ser yo, o mejor, tener. Pero ¿qué sería del hombre, del enemigo entonces? Ya me permito el lujo de recordar la decencia y se siente como un pecado antiguo en el paladar.

Pero suficiente ya con mis vicios orales. Hace un tiempo mataron a mi mejor amiga, la conciencia, le clavaron un cuchillo en la garganta y la muy verborrágica logró pronunciar mi nombre en forma de rezo. Me causó mucha gracia saber que el asesino se asustó porque pensó que mencionaba el nombre de dios. Por eso ahora prefiero mantenerme al margen de todo debate serio y tengo un mulato que me recuerda siempre que la mejor forma de tener contacto con la sangre es la abstracción, es decir, la sangre que no se ve, pero que se siente.

Se apagó el astro como consumido por el mar. Ahora se siente el fresco de la noche y se pueden escuchar los tacones que, como movidos por el mismo brillo de las estrellas, inundan el muelle en busca de "admiradores".

- ¿Cuántas monedas por una escupida?
- Debiste rechazar el último trago, borrachín. Pero aquí te va una...

No sé si es de conocimiento popular, pero la saliva de una prostituta es oro puro para los borrachos empedernidos y malgastadores. También están los buscadores de negocios limpios, que pagan la hora y tienen solo unos veinte minutos con una de las heroínas. Suelen ser extranjeros o maricones. A mí me gusta observarlas mientras caminan con sus portes seguros y nada improvisados, como gatos que conocen las calles. Me gusta hacerles compañía cuando necesitan fuego y realizan un intercambio sutil de agudos comentarios entre ellas. Yo me limito a sonreír ante sus labios iluminados y a saludarlas en la lejanía con un sencillo: Reinas...

No todo en la noche es coqueteo y transacciones, por supuesto. Muchas almas llegan a la madrugada en barcos pesqueros como si vinieran del Leteo y marchan por las calles nostálgicos y pensativos. El frío les convierte en animales cómicos, que cargan la pesada mercancía y corren zigzageando los bares en busca de refugio, de hogar.

A veces se puede ver a un gran atleta mosqueando en la esquina y otras a un debilucho levantando calamares y salmones en la orilla. Están equipados con esos nuevos uniformes que parecen de plástico y ya no tienen el aspecto estereotípico que teníamos del marinero o pescador. Más bien parecen futuros peces. Todas las noches los puedo escuchar insultando y llorando entre risas muy cerca de mi casa. Mientras mi mulato sueña quizá con su libertad tan ansiada.

Admito que los senos de Armenia son los más deliciosos a la vista y considero un insulto que un hombre no los note o los haga notar, apoyados en el barandal de un estacionamiento o apretados en un abrazo lésbico. Los preciosos melones de Armenia podría ser el título de un poema escrito por un autor contemporáneo, o de uno que esté en desuso como yo. Mis delicadas manos no podrían apretarlos como se lo merecen y sin embargo podrían describirlos con la belleza y firmeza con la que se muestran. Armenia es mi madre, mi hermana, mi hija, mi todo, sólo en ese instante en que le miro los pechos y sonríe mi diablo.

¿Es esto lo que permanece en mis memorias: marineros y prostitutas? Mi propia vida es un cliché inexcusable. A través de los distintos estados de este cielo en el que me he cagado y maldecido, en las estaciones que me he deprimido hasta el intento de suicidio, no he podido olvidarme de aquél consejo que una vez me dio mi madre: No te abandones.

Pero a vistas de que todos ya lo han hecho conmigo, y de que la propia existencia intenta mencionarlo en cada párrafo de mis días solitarios y mis noches de decadencia, estoy habilitado a decepcionarte madre mía. Los recuerdos que sostengo casi con la vehemencia con la que fui educado, casi, están maltrechos y desmojarados por la edad y la conducta. Sin embargo siguen pareciéndose a cuadros que uno vio y nunca poseyó. Quiero decir, me marcho. No hasta siempre ni pensando en aquella vanidad del tiempo que se tiene al despedirse de la vida. Es más bien un hasta luego.

El mulato pronto despertará y encontrará la casa hecha un desastre, la tibia taza sobre la mesa, el péndulo torcido en su sobria reminiscencia, el whisky a la mitad y el amargo y por siempre visceral silencio. Luego, sin pensarlo, dejará mi morada y se acostumbrará a la libertad. O quizá, duerma.